El 11 de diciembre de 1997, al término de la Tercera Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en Kyoto (Japón), 84 países firmaron el famoso Protocolo que toma el nombre de esa milenaria ciudad nipona, mediante el cuál se comprometían a reducir las emisiones de los seis principales gases de efecto invernadero que generan las actividades humanas. En aquella Cumbre del clima –la tercera (COP3) de las 25 celebradas hasta ahora– también se acordó declarar el 28 de enero el “Día Mundial de la Acción frente al Calentamiento Terrestre”, también llamado “Día Mundial por la Reducción de las Emisiones de CO2”.
El objetivo de esa declaración, por parte de Naciones Unidas, fue el de crear conciencia del problema que supone seguir emitiendo sin control a la atmósfera gases de efecto invernadero. Posiblemente, ahora hay más personas conscientes de los peligros asociados al calentamiento global, pero la realidad es que en los 23 años que han transcurrido desde aquel hito de la acción climática, no sólo no hemos frenado las emisiones, sino que han aumentado a un ritmo sin precedentes desde que empezamos a quemar combustibles fósiles. Lo cierto es que las advertencias de los científicos, no se remontan a Kyoto, sino a bastante antes, lo que hace todavía más difícil de entender la pasividad ante el mayor reto al que jamás se ha enfrentado la humanidad.
"Las advertencias de los científicos se remontan más allá de los años noventa, lo que hace difícil entender la pasividad ante el mayor reto al que jamás se ha enfrentado la humanidad".
En 1975, el geofísico estadounidense Wallace S. Broecker (1931-2019) publicó un artículo en la prestigiosa revista científica Science, que llevaba por título: “Cambio climático: ¿Estamos al borde de un calentamiento global pronunciado?”. En su trabajo, Broecker planteaba que teníamos en nuestras manos evitar la rápida subida de las temperaturas, cortando el grifo de las emisiones, que por aquellos años comenzaban a cobrar relevancia. La prensa en EEUU se hizo eco del artículo y comenzó a popularizarse el “calentamiento global”, aunque tuvieron que transcurrir todavía muchos años para que las personas lo vieran como algo que podía afectarles directamente.
Una sierra que no para de ascender
Cuando en 1958, Keeling completó el primer año completo de medidas, la concentración de CO2 alcanzó las 315 partes por millón (ppm). En 2013 se alcanzaron por primera vez las 400 ppm. Se rompía una barrera psicológica y se reforzaba un hecho que necesariamente invita a la reflexión: desde que los seres humanos estamos en la Tierra, nunca antes la concentración de CO2 en la atmósfera fue tan elevada, y sigue subiendo, con dientes de sierra cada vez más altos. En 2020 se alcanzó un promedio anual de algo más de 414 ppm (el máximo primaveral alcanzó las 417 ppm) y según pronostica el Met Office, en 2021 el promedio anual será 2,29 ppm más alto –con un margen de error de 0,55 partes por millón–, por lo que posiblemente el pico máximo quede muy cerca de las 220 ppm, si es que no llega a superarse.
Un freno de emergencia (climática)
Volvamos al lema que se celebra hoy (“Día Mundial por la Reducción de las Emisiones de CO2”). Han pasado 62 años desde el primer diente de sierra de la curva de Keeling, y en esos algo más de seis decenios, no hemos pisado el freno en ningún momento. Si algún año la tasa de aumento fue algo menor, lo fue por causas ajenas a nosotros, ya que ni el año pasado, con el confinamiento debido a la primera ola de la pandemia del Covid-19, logramos reducir de forma significativa nuestras emisiones de CO2 a la atmósfera. Hemos perdido un tiempo precioso para empezar el proceso de frenado. Al no haberlo hecho aún, queda como alternativa recurrir al freno de emergencia.
Desde que la joven activista sueca Greta Thunberg, y el movimiento estudiantil “Fridays For Future” entró en escena, hace 2 años y medio, se ha dejado de hablar del cambio climático para empezar a hacerlo de la emergencia (o crisis) climática. Llegan las prisas, se reduce nuestro margen de maniobra. Ya no basta con empezar a reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera de forma tímida y gradual; tenemos que hacerlo rápido y con una desmedida ambición: emisiones cero a mediados de siglo, en apenas 30 años; este es el objetivo de la Unión Europea ¿Es eso posible? ¿Y aun siéndolo, desaceleraría el calentamiento global?
"Ya no basta con reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero de forma gradual, tenemos que hacerlo rápido y con una desmedida ambición".
Ese par de preguntas no tienen una fácil respuesta. Sobre el papel, sí que podemos transformar profundamente nuestra sociedad de aquí a 30 años, pero no es realista pensar que se puede hacer manteniendo un modo de vida similar al que tenemos (hábitos de consumo, movilidad, globalización…). Nuestra obligación es intentarlo, pero son muchas las piedras en el camino. No está claro que nuestra sociedad sepa evolucionar de manera profundamente distinta a como lo ha venido haciendo hasta ahora, incluso aunque su propia supervivencia se vea amenazada.
Pensemos, para terminar, que logramos afrontar con éxito y eficacia la reducción requerida de emisiones, en los plazos marcados ¿Empezaríamos a ver primero una estabilización y posteriormente un descenso en las concentraciones de CO2 en la atmósfera? Si hacemos caso a las proyecciones climáticas, en el mejor de los escenarios (para nuestros intereses) que plantea el IPCC en su último Informe (el llamado RCP 2.6) eso empezaría a ser una realidad al poco tiempo de iniciar la profunda transformación energética, económica y social. No obstante, las inercias del sistema climático están ahí, actuando a la sombra, y todavía no sabemos lo suficiente sobre ellas. La única certeza es que llevamos demasiado tiempo sin pisar el freno y ya sólo nos queda recurrir al de emergencia y cruzar los dedos confiando en que funcione.
Fuente: Meteored