Según lo documentan distintos informes, el día miércoles 10 de enero de 1973, el tornado de categoría 5 causó 63 muertes, más de 200 heridos y millones de pesos en pérdidas materiales. Es el único tornado de tal magnitud registrado en la Historia no solo de Sudamérica, sino de todo el hemisferio sur. Este tornado fue estudiado por Tetsuya Fujita (uno de los creadores de la escala Fujita-Pearson) y lo calificó como el tornado más intenso registrado fuera de los Estados Unidos. En el año 2018 un grupo de santafesinos realizó un documental titulado "Vorágine" sobre la vivencia de 3 familiares de víctimas en el antes, el durante y el después del tornado. La película fue dirigida por Fernando Molinas y producida por Imanol Sánchez.
La ciudad de San Justo posee unos 28.700 habitantes, es cabecera de un departamento de 50.000 personas y está emplazada en un terreno alto, con riego y tierra rica en humus. Después de una mañana de un intenso calor, al mediodía se vieron pasar enormes nubes torre cúmulos. Cerca de las 13:00 cayeron algunos chaparrones aislados, debido al alto contenido de humedad relativa y a la extrema inestabilidad que había.
Después de las 14:00 algunos percibieron una pestilencia como de azufre. A las 14:15, en las inmediaciones de las vías del Ferrocarril General Belgrano, en pleno campo, se formó un tornado que en menos de 2 minutos alcanzó la categoría F5. El tornado duró unos 7 minutos. Se desplazó unos 1500 m hacia el sur, devastando todo a una anchura de 300 m, una cuadra a cada lado del bulevar Roque Sáenz Peña, que cruza la ciudad de norte a sur. En el hemisferio sur nunca se había registrado un tornado tan fuerte. Los registros de tornados datan de fines del siglo XIX.
Un remolque con piso metálico fue sepultado en una zanja de dos metros de profundidad. Un carro para reparto de soda, fue arrojado 300 m de donde se encontraba, golpeó contra una casa de dos plantas. El caballo que lo remolcaba quedó vivo, sobre la copa destrozada de un eucalipto. Según testigos, varios camiones con acoplado giraron enloquecidamente en el suelo. Uno de ellos, después de esquivar varias casas, cayó en el fondo de una huerta.
En una concesionaria de tractores y máquinas agrícolas, los tractores «cero kilómetro» (o sea, nuevos) fueron encontrados en un bosque a 500 m del negocio. Estaban irreconocibles, algunos sin ruedas, sin motor, etc. Muchas casas de material (ladrillos) fueron destruidas desde sus cimientos, y los escombros volaron, pues solo quedó el terreno limpio. Algunas casas desaparecieron por completo, mientras que en sus vecinas solo se volaron los techos y se rompieron las ventanas.
En carne propia
Una familia formoseña (el padre, la madre y tres hijos) habían pasado las fiestas navideñas en Buenos Aires, donde se encontraban sus familiares. Regresaban por la ruta 11 rumbo a Formosa en un automóvil Falcon color amarillo. Al llegar al paso a nivel del ferrocarril Belgrano se asustaron al advertir la fuerza de la tormenta. El automóvil casi no avanzaba. El padre les dijo a la madre y a los hijos que cerraran los vidrios de las ventanillas mientras trataba de estacionar en la cuneta. «Vamos a esperar a que pase la tormenta», dijo el hombre. En ese momento estallaron los cristales, y el automóvil comenzó a volar alocadamente, mientras se arrancaban las puertas. La mujer se desmayó. Cuando se recuperó estaba acostada en el suelo con heridas leves en medio de un barrio de San Justo lleno de escombros de casas destruidas.
El tornado levantó por el aire a cuatro personas que caminaban por la ruta 11, y las arrojó a un bosque de eucaliptos a 600 m, donde fueron recogidas dos días después. Los cadáveres estaban irreconocibles, sin ropas, en la copa de los árboles.
Luego del fenómeno de categoría 5
Al terminar el paso del tornado ―a las 14:25 aproximadamente― llovió copiosamente durante una hora más. Los vecinos se organizaron rápidamente para socorrer a las víctimas. En el pasillo de entrada de la jefatura de policía y en el hospital de San Justo alinearon decenas de cadáveres para ser identificados por familiares o amigos. Muchos estaban desnudos (la fuerza del viento rompía y arrancaba las ropas) y cubiertos con frazadas. La mayoría había muerto por fracturas múltiples, o por los fuertes golpes o heridas producidos por «proyectiles» (objetos lanzados por el viento). En general estaban manchados de color marrón oscuro (debido a la sangre mezclada con tierra).
Todas las radiocomunicaciones se cortaron. Debido a la ausencia de radioaficionados (provistos de grupo electrógeno para poder transmitir sin electricidad de red), la noticia llegó con atraso a la ciudad de Santa Fe ―capital de la provincia, a 105 km al sur de San Justo― ya que los mismos automovilistas que transportaban a los heridos dieron la trágica nueva. Unas 2000 personas quedaron sin hogar, en total indigencia, sin nada que recuperar.
Zona de tornados
La provincia de Santa Fe, se encuentra en la segunda zona de tornados del planeta, recientemente bautizada como el Pasillo de los Tornados, que incluye a las provincias de Córdoba, norte y noreste de la provincia de Río Negro, Entre Ríos, Chaco, Formosa, Santiago del Estero, Corrientes, Buenos Aires, centro, oeste y norte de La Pampa, Misiones, los estados del sur y sureste de Brasil, y las repúblicas de Uruguay y sur de Paraguay.
Durante la temporada de primavera y verano, en esa zona se experimentan fuertes tormentas, que en muchos casos alcanzan el estado de supercelda y muchas de ellas generan tornados de distintas intensidades. Debido al ancho continental del Cono Sur, inferior al de América del Norte, la ocurrencia de tornados es inferior a los de esa región.
Dos vidas que se cruzaron
La ciudad de San Justo posee unos 28.700 habitantes, es cabecera de un departamento de 50.000 personas y está emplazada en un terreno alto, con riego y tierra rica en humus. Después de una mañana de un intenso calor, al mediodía se vieron pasar enormes nubes torre cúmulos. Cerca de las 13:00 cayeron algunos chaparrones aislados, debido al alto contenido de humedad relativa y a la extrema inestabilidad que había.
Después de las 14:00 algunos percibieron una pestilencia como de azufre. A las 14:15, en las inmediaciones de las vías del Ferrocarril General Belgrano, en pleno campo, se formó un tornado que en menos de 2 minutos alcanzó la categoría F5. El tornado duró unos 7 minutos. Se desplazó unos 1500 m hacia el sur, devastando todo a una anchura de 300 m, una cuadra a cada lado del bulevar Roque Sáenz Peña, que cruza la ciudad de norte a sur. En el hemisferio sur nunca se había registrado un tornado tan fuerte. Los registros de tornados datan de fines del siglo XIX.
El tornado succionó casi toda el agua de una laguna cercana y generó desastres
Según los testigos, la tierra temblaba como si un avión a reacción estuviera aterrizando sobre las viviendas. El tornado cambió de color: comenzó con una coloración violácea, para después en plena acción devastadora se tornó rojizo (debido al contenido de polvo de ladrillo de los escombros). Un automóvil que se encontraba estacionado frente a un hotel apareció convertido en chatarra sin motor a 300 m, otros vehículos por la presión del viento se encontraron totalmente destruidos e irreconocibles.
Según los testigos, la tierra temblaba como si un avión a reacción estuviera aterrizando sobre las viviendas. El tornado cambió de color: comenzó con una coloración violácea, para después en plena acción devastadora se tornó rojizo (debido al contenido de polvo de ladrillo de los escombros). Un automóvil que se encontraba estacionado frente a un hotel apareció convertido en chatarra sin motor a 300 m, otros vehículos por la presión del viento se encontraron totalmente destruidos e irreconocibles.
Un remolque con piso metálico fue sepultado en una zanja de dos metros de profundidad. Un carro para reparto de soda, fue arrojado 300 m de donde se encontraba, golpeó contra una casa de dos plantas. El caballo que lo remolcaba quedó vivo, sobre la copa destrozada de un eucalipto. Según testigos, varios camiones con acoplado giraron enloquecidamente en el suelo. Uno de ellos, después de esquivar varias casas, cayó en el fondo de una huerta.
En una concesionaria de tractores y máquinas agrícolas, los tractores «cero kilómetro» (o sea, nuevos) fueron encontrados en un bosque a 500 m del negocio. Estaban irreconocibles, algunos sin ruedas, sin motor, etc. Muchas casas de material (ladrillos) fueron destruidas desde sus cimientos, y los escombros volaron, pues solo quedó el terreno limpio. Algunas casas desaparecieron por completo, mientras que en sus vecinas solo se volaron los techos y se rompieron las ventanas.
En carne propia
Una familia formoseña (el padre, la madre y tres hijos) habían pasado las fiestas navideñas en Buenos Aires, donde se encontraban sus familiares. Regresaban por la ruta 11 rumbo a Formosa en un automóvil Falcon color amarillo. Al llegar al paso a nivel del ferrocarril Belgrano se asustaron al advertir la fuerza de la tormenta. El automóvil casi no avanzaba. El padre les dijo a la madre y a los hijos que cerraran los vidrios de las ventanillas mientras trataba de estacionar en la cuneta. «Vamos a esperar a que pase la tormenta», dijo el hombre. En ese momento estallaron los cristales, y el automóvil comenzó a volar alocadamente, mientras se arrancaban las puertas. La mujer se desmayó. Cuando se recuperó estaba acostada en el suelo con heridas leves en medio de un barrio de San Justo lleno de escombros de casas destruidas.
El tornado levantó por el aire a cuatro personas que caminaban por la ruta 11, y las arrojó a un bosque de eucaliptos a 600 m, donde fueron recogidas dos días después. Los cadáveres estaban irreconocibles, sin ropas, en la copa de los árboles.
Luego del fenómeno de categoría 5
Al terminar el paso del tornado ―a las 14:25 aproximadamente― llovió copiosamente durante una hora más. Los vecinos se organizaron rápidamente para socorrer a las víctimas. En el pasillo de entrada de la jefatura de policía y en el hospital de San Justo alinearon decenas de cadáveres para ser identificados por familiares o amigos. Muchos estaban desnudos (la fuerza del viento rompía y arrancaba las ropas) y cubiertos con frazadas. La mayoría había muerto por fracturas múltiples, o por los fuertes golpes o heridas producidos por «proyectiles» (objetos lanzados por el viento). En general estaban manchados de color marrón oscuro (debido a la sangre mezclada con tierra).
Todas las radiocomunicaciones se cortaron. Debido a la ausencia de radioaficionados (provistos de grupo electrógeno para poder transmitir sin electricidad de red), la noticia llegó con atraso a la ciudad de Santa Fe ―capital de la provincia, a 105 km al sur de San Justo― ya que los mismos automovilistas que transportaban a los heridos dieron la trágica nueva. Unas 2000 personas quedaron sin hogar, en total indigencia, sin nada que recuperar.
La provincia de Santa Fe, se encuentra en la segunda zona de tornados del planeta, recientemente bautizada como el Pasillo de los Tornados, que incluye a las provincias de Córdoba, norte y noreste de la provincia de Río Negro, Entre Ríos, Chaco, Formosa, Santiago del Estero, Corrientes, Buenos Aires, centro, oeste y norte de La Pampa, Misiones, los estados del sur y sureste de Brasil, y las repúblicas de Uruguay y sur de Paraguay.
Durante la temporada de primavera y verano, en esa zona se experimentan fuertes tormentas, que en muchos casos alcanzan el estado de supercelda y muchas de ellas generan tornados de distintas intensidades. Debido al ancho continental del Cono Sur, inferior al de América del Norte, la ocurrencia de tornados es inferior a los de esa región.
Dos vidas que se cruzaron
Lo que pasó aquel 10 de enero de 1973 cruzó dos vidas: la del meteorólogo japonés que revolucionó el estudio de las tormentas severas y la de un niño que se hizo periodista y condensó en un libro testimonios y datos de esos momentos.
Sobrevivientes
Los dos pasaron por un momento en que las probabilidades de morir eran mayores que las de seguir respirando. En 1945, Tetsuya Fujita tenía 25 años y vivía en Kokura. Era el objetivo primario del segundo ataque nuclear de la historia, programado para el 9 de agosto. Pero ese día las nubes cubrieron la ciudad, impidiendo toda visión desde el aire. Estados Unidos dirigió entonces el avión con la bomba de plutonio Fat Man hacia el blanco alternativo, Nagasaki. Diego Sonzogni nació en San Justo. El 10 de enero de 1973, dos meses después de cumplir dos años, otras nubes desataron, en su ciudad, el tornado más intenso que se haya medido fuera de los Estados Unidos. Hubo más de 80 muertos. Su casa estaba al borde de la zona devastada y él también se salvó.
Fueron, casi, dos sobrevivientes. El japonés escapó de una muerte temprana por horas, el santafesino, por metros. Ninguno, del dolor que los rodeó. Dos accidentes meteorológicos marcaron las circunstancias y a los hombres. Alejados en tiempo y distancia, el último los puso muy cerca durante unos días. Fue en medio de la desolación, en el centro de Santa Fe, a principios de 1973. Uno había viajado hasta allí para estudiar un fenómeno meteorológico único. El otro se marchó a los años y recreó la tragedia de su gente en un libro que está por reeditar. Nunca se conocieron.
La peor siesta
El 10 de enero de 1973 faltaban dos meses y un día para las elecciones presidenciales que le darían el triunfo, con casi el 50 por ciento de los votos, a la dupla Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima. Era una fórmula para sortear la proscripción del ya anciano líder Juan Domingo Perón, en el estertor de la dictadura cuyo final comandaba Alejandro Agustín Lanusse.
La ciudad de San Justo amaneció ese miércoles con intenso calor y alta humedad. Al mediodía aparecieron las nubes. Una hora después, se sucedieron chaparrones cortos y a las 14.15 comenzó a formarse el tornado en el campo, cerca de las vías del ferrocarril Belgrano. Quedó una única imagen de ese momento, tomada por un fotógrafo aficionado.
El tornado enfiló para la ciudad. Un viento arremolinado que superó los 400 kilómetros por hora dejó en sólo dos minutos más de 80 muertos, casi 700 heridos y 500 casas destruidas por completo. Había recorrido 1.500 metros sobre una franja de 300 de ancho, a un lado y otro del bulevar Roque Sáenz Peña que cruza la ciudad de norte a sur, sobre el oeste.
Los habitantes de San Justo, que en ese entonces eran más de 12 mil, lo vieron cuando ya estaba sobre ellos. Vieron cómo cambiaba de color a medida que arrastraba todo a su paso. Vieron un caballo colgado arriba de un árbol, un auto arrancado del suelo y estrellado a 300 metros. Y vieron los cuerpos deformados por los golpes, arrojados por el viento o debajo de los escombros.
La electricidad y las comunicaciones se interrumpieron. La noticia circuló primero a la velocidad de los vehículos que transportaron a los heridos, en su mayoría, a la ciudad de Santa Fe, a cien kilómetros. Después, por todo el mundo.
Míster Tornado en Santa Fe
Fujita se enteró en la Universidad de Chicago, donde investigaba y enseñaba. Ya era famoso. A los 51 años había inventado la escala homónima que desde entonces se usa para clasificar los tornados. Tenía 53 cuando le dijeron que uno, de espectacular potencia, acababa de suceder en la Argentina. Seis días después estaba en la destruida San Justo para estudiarlo.
Se destacó por sus estudios en fenómenos severos y extremos. La Universidad de Chicago lo invitó en 1953 para una investigación de dos años. Regresó a Japón, completó unos trabajos y en 1956 volvió a los Estados Unidos con visa tramitada, doble ciudadanía y el nombre Theodore incrustado entre el japonés y su apellido. Ted Fujita, lo llamaron desde entonces. Pero fue más conocido como Mister Tornado.
La cuenca del Plata, segundo corredor de tornados del mundo
La potencia del tornado en San Justo fue extraordinaria, pero que haya sucedido no es raro. Ignacio López Amorín, profesional del Servicio Meteorológico Nacional, recuerda que la Cuenca del Plata es el segundo sector con mayor frecuencia de tornados en el mundo, después del conocido Callejón de los Estados Unidos. La cuenca incluye a las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y Buenos Aires. En la última, por ejemplo, hubo 300 en una misma noche, la del 13 de abril de 1993.
El tornado, dice Amorín, es una nube embudo giratoria que puede o no tocar la tierra o el mar. En el segundo caso, se llama tromba marina. Para que se forme, tienen que interactuar masas de aire a diferentes temperaturas, que además se muevan en distintas direcciones y velocidades a varias alturas. A eso, agrega, se lo llama cortante vertical del viento.
Es un fenómeno repentino, “de una escala de tiempo y espacio muy acotada, mucho más que la de otros fenómenos como tormentas o huracanes”, explica. Es difícil predecir su aparición. Más todavía, estar en el lugar para medirlo en forma directa. Ahí es donde entra Fujita para poner rigor científico donde primaba la subjetividad.
La escala de Fujita y el F5 de San Justo
El japonés inventó en 1971 la escala de medición de intensidad de tornados que lleva su apellido y que los clasifica en seis categorías, de mayor a menor: F0 a F5. El de San Justo fue un F5 y lo comprobó el mismo “Ted” a dos años de su creación. El método es indirecto: mide los efectos del viento sobre vegetación y construcciones para determinar su velocidad. Después del fenómeno, no durante. Es el que se usa hasta hoy, con los ajustes consensuados en 2001 y puestos en práctica en 2007.
El propietario de unos silos donde trabajó Mister Tornado le contó lo que hizo allí. O lo que hicieron, porque no sabía cuál de los tres japoneses que llegaron hasta su propiedad era el famoso meteorólogo. Sólo uno hablaba un mal castellano, recordó. El hombre le dijo que analizaron la base de los troncos de unos eucaliptus arrancados aquella siesta de 1973. Tenían una especie de pistola de aire comprimido con la que disparaban arenisca sobre las cortezas. Aumentaban la fuerza en cada prueba y comparaban la profundidad a la que penetraban las diminutas municiones con la de la tierra que había incrustado el tornado en la madera. La ansiedad iba en aumento. Cuando las distancias coincidieron, constataron que el viento había soplado, pocos días antes, a más de 400 kilómetros por hora. La velocidad encuadraba en la máxima categoría de la escala que había creado uno de los tres extranjeros que hurgaban en los árboles. El de San Justo fue un F5. El único fuera de Estados Unidos.
Fujita estuvo un tiempo en San Justo. Sonzogni dice que dormía en un hotel de la ciudad de Santa Fe. Un remís lo trasladaba todas las mañanas los 100 kilómetros que lo separaban de su campo de investigación, y lo regresaba por la noche a la capital provincial.
Sonzogni tenía tres años en 1973. Recuerda que sus padres le contaban sobre cosas que volaban como papeles, a unos 400 metros de su casa. Esos papeles eran animales, vecinos, árboles, partes de casas, autos y tractores. No se quedó con el relato. Durante años recogió información y entrevistó a testigos. Con ese material escribió “Viento Asesino”, que publicó tres décadas después de los hechos. Y va por la mitad del trabajo para una edición ampliada. Vive en Rosario y es periodista deportivo. Editó otros cinco libros, de fútbol. Es posible que haya estado a metros de Fujita en San Justo. Que el japonés estuvo allí, lo supo mucho después.
El autor de Viento Asesino aclara en el libro que lo que está impreso en sus hojas no es ficción. Que historias y cifras fueron confirmadas al menos por varios sobrevivientes y documentos. Un solo ejemplo basta para justificar el aviso: el de Antonia Cañete.
La mujer quedó sola el mismo día que tuvo a su séptimo hijo varón. Su esposo la abandonó con el resto de los niños. Tuvo que salir a trabajar para mantenerse y a principios de 1973 dejó a Alejandro Agustín (por tradición, le puso el nombre del presidente, el militar de la dictadura) en casa de una amiga para ir a la cosecha de algodón. Tenía un año. Cuando volvió a San Justo, le dijeron que su bebé era el que había muerto al derrumbarse la casa en la que estaba al cuidado.
No era él. Su hijo fue arrancado por el viento de la cuna y lo encontraron en pañales, sin un rasguño, en la terraza de un vecino. No sabían quién era, y lo derivaron a la vieja Casa Cuna de Santa Fe. Hasta allí llegó Hipólito Sánchez, un hachero que estaba de visita en la casa hecha escombros por el tornado. Era el padre del pequeño muerto al que por error identificaron como el hijo de Antonia. El hombre se presentó con los documentos de su pequeño fallecido y retiró a Alejandro Agustín.
El chico regresó a la Casa Cuna poco después con un cuadro de desnutrición. Es confuso lo que pasó entonces: una versión afirma que una enfermera lo adoptó, o compró, y lo crió con su esposo en Buenos Aires. Cuando creció, el padrastro le confesó que era hijo de otra familia y le contó lo que sabía. El muchacho creyó entonces que era hijo del hachero Sánchez. Se propuso encontrarlo, y contactó a la producción de un famoso programa televisivo de la época que conducía Franco Bagnatto por América: Gente que busca gente.
La amiga a la que Antonia le había confiado su bebé vio el programa en el que presentaron la historia. Por intuición, o por el deseo de que estuviera vivo, juró que era Alejandro Agustín el que mostraban en cámara. La hipótesis cobró fuerza luego de que Sánchez, ya viejo, dejara en claro que no le interesaba retomar el vínculo con el muchacho. A partir de allí, se sucedió el viaje de Antonia a Buenos Aires, una extracción de sangre para cotejo de ADN y un resultado positivo. Le siguió la puesta en escena durante el programa, con la revelación “en vivo y en directo” de la coincidencia genética. La anunciaron los supuestos profesionales que acababan de terminar los análisis en el estudio del canal. Fue el 10 de junio de 1993, a 20 años exactos del tornado.
Sobrevivientes
Los dos pasaron por un momento en que las probabilidades de morir eran mayores que las de seguir respirando. En 1945, Tetsuya Fujita tenía 25 años y vivía en Kokura. Era el objetivo primario del segundo ataque nuclear de la historia, programado para el 9 de agosto. Pero ese día las nubes cubrieron la ciudad, impidiendo toda visión desde el aire. Estados Unidos dirigió entonces el avión con la bomba de plutonio Fat Man hacia el blanco alternativo, Nagasaki. Diego Sonzogni nació en San Justo. El 10 de enero de 1973, dos meses después de cumplir dos años, otras nubes desataron, en su ciudad, el tornado más intenso que se haya medido fuera de los Estados Unidos. Hubo más de 80 muertos. Su casa estaba al borde de la zona devastada y él también se salvó.
La peor siesta
El 10 de enero de 1973 faltaban dos meses y un día para las elecciones presidenciales que le darían el triunfo, con casi el 50 por ciento de los votos, a la dupla Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima. Era una fórmula para sortear la proscripción del ya anciano líder Juan Domingo Perón, en el estertor de la dictadura cuyo final comandaba Alejandro Agustín Lanusse.
La ciudad de San Justo amaneció ese miércoles con intenso calor y alta humedad. Al mediodía aparecieron las nubes. Una hora después, se sucedieron chaparrones cortos y a las 14.15 comenzó a formarse el tornado en el campo, cerca de las vías del ferrocarril Belgrano. Quedó una única imagen de ese momento, tomada por un fotógrafo aficionado.
El tornado enfiló para la ciudad. Un viento arremolinado que superó los 400 kilómetros por hora dejó en sólo dos minutos más de 80 muertos, casi 700 heridos y 500 casas destruidas por completo. Había recorrido 1.500 metros sobre una franja de 300 de ancho, a un lado y otro del bulevar Roque Sáenz Peña que cruza la ciudad de norte a sur, sobre el oeste.
Los habitantes de San Justo, que en ese entonces eran más de 12 mil, lo vieron cuando ya estaba sobre ellos. Vieron cómo cambiaba de color a medida que arrastraba todo a su paso. Vieron un caballo colgado arriba de un árbol, un auto arrancado del suelo y estrellado a 300 metros. Y vieron los cuerpos deformados por los golpes, arrojados por el viento o debajo de los escombros.
La electricidad y las comunicaciones se interrumpieron. La noticia circuló primero a la velocidad de los vehículos que transportaron a los heridos, en su mayoría, a la ciudad de Santa Fe, a cien kilómetros. Después, por todo el mundo.
Míster Tornado en Santa Fe
Fujita se enteró en la Universidad de Chicago, donde investigaba y enseñaba. Ya era famoso. A los 51 años había inventado la escala homónima que desde entonces se usa para clasificar los tornados. Tenía 53 cuando le dijeron que uno, de espectacular potencia, acababa de suceder en la Argentina. Seis días después estaba en la destruida San Justo para estudiarlo.
Dos bombas, dos casualidades
Tetsuyo obtuvo su primer título de Física e Ingeniería en plena Segunda Guerra Mundial, en 1943, en el Instituto de Tecnología de Kyushu. Dos años después, las nubes lo salvaron de la segunda bomba atómica lanzada por los Estados Unidos contra un blanco civil. También, si se quiere, escapó a la primera: quería estudiar en la universidad de Hiroshima, pero su padre insistió en que fuera a la de Meiji. Lo aceptaron en las dos, pero eligió la segunda para honrar ese deseo. Dijo una vez que sentía aquellas palabras paternas como salvadoras.
En septiembre de 1945, el gobierno japonés lo envió a Hiroshima y Nagasaki para determinar el número y las alturas de detonación de las bombas. Para lo segundo, echó mano a patrones de daño de explosión únicos que luego reformuló para la investigación de tormentas severas. La meteorología fue su vida desde entonces.
Tetsuyo obtuvo su primer título de Física e Ingeniería en plena Segunda Guerra Mundial, en 1943, en el Instituto de Tecnología de Kyushu. Dos años después, las nubes lo salvaron de la segunda bomba atómica lanzada por los Estados Unidos contra un blanco civil. También, si se quiere, escapó a la primera: quería estudiar en la universidad de Hiroshima, pero su padre insistió en que fuera a la de Meiji. Lo aceptaron en las dos, pero eligió la segunda para honrar ese deseo. Dijo una vez que sentía aquellas palabras paternas como salvadoras.
En septiembre de 1945, el gobierno japonés lo envió a Hiroshima y Nagasaki para determinar el número y las alturas de detonación de las bombas. Para lo segundo, echó mano a patrones de daño de explosión únicos que luego reformuló para la investigación de tormentas severas. La meteorología fue su vida desde entonces.
Se destacó por sus estudios en fenómenos severos y extremos. La Universidad de Chicago lo invitó en 1953 para una investigación de dos años. Regresó a Japón, completó unos trabajos y en 1956 volvió a los Estados Unidos con visa tramitada, doble ciudadanía y el nombre Theodore incrustado entre el japonés y su apellido. Ted Fujita, lo llamaron desde entonces. Pero fue más conocido como Mister Tornado.
La cuenca del Plata, segundo corredor de tornados del mundo
La potencia del tornado en San Justo fue extraordinaria, pero que haya sucedido no es raro. Ignacio López Amorín, profesional del Servicio Meteorológico Nacional, recuerda que la Cuenca del Plata es el segundo sector con mayor frecuencia de tornados en el mundo, después del conocido Callejón de los Estados Unidos. La cuenca incluye a las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y Buenos Aires. En la última, por ejemplo, hubo 300 en una misma noche, la del 13 de abril de 1993.
El tornado, dice Amorín, es una nube embudo giratoria que puede o no tocar la tierra o el mar. En el segundo caso, se llama tromba marina. Para que se forme, tienen que interactuar masas de aire a diferentes temperaturas, que además se muevan en distintas direcciones y velocidades a varias alturas. A eso, agrega, se lo llama cortante vertical del viento.
Es un fenómeno repentino, “de una escala de tiempo y espacio muy acotada, mucho más que la de otros fenómenos como tormentas o huracanes”, explica. Es difícil predecir su aparición. Más todavía, estar en el lugar para medirlo en forma directa. Ahí es donde entra Fujita para poner rigor científico donde primaba la subjetividad.
La escala de Fujita y el F5 de San Justo
El japonés inventó en 1971 la escala de medición de intensidad de tornados que lleva su apellido y que los clasifica en seis categorías, de mayor a menor: F0 a F5. El de San Justo fue un F5 y lo comprobó el mismo “Ted” a dos años de su creación. El método es indirecto: mide los efectos del viento sobre vegetación y construcciones para determinar su velocidad. Después del fenómeno, no durante. Es el que se usa hasta hoy, con los ajustes consensuados en 2001 y puestos en práctica en 2007.
El propietario de unos silos donde trabajó Mister Tornado le contó lo que hizo allí. O lo que hicieron, porque no sabía cuál de los tres japoneses que llegaron hasta su propiedad era el famoso meteorólogo. Sólo uno hablaba un mal castellano, recordó. El hombre le dijo que analizaron la base de los troncos de unos eucaliptus arrancados aquella siesta de 1973. Tenían una especie de pistola de aire comprimido con la que disparaban arenisca sobre las cortezas. Aumentaban la fuerza en cada prueba y comparaban la profundidad a la que penetraban las diminutas municiones con la de la tierra que había incrustado el tornado en la madera. La ansiedad iba en aumento. Cuando las distancias coincidieron, constataron que el viento había soplado, pocos días antes, a más de 400 kilómetros por hora. La velocidad encuadraba en la máxima categoría de la escala que había creado uno de los tres extranjeros que hurgaban en los árboles. El de San Justo fue un F5. El único fuera de Estados Unidos.
Fujita estuvo un tiempo en San Justo. Sonzogni dice que dormía en un hotel de la ciudad de Santa Fe. Un remís lo trasladaba todas las mañanas los 100 kilómetros que lo separaban de su campo de investigación, y lo regresaba por la noche a la capital provincial.
Sonzogni tenía tres años en 1973. Recuerda que sus padres le contaban sobre cosas que volaban como papeles, a unos 400 metros de su casa. Esos papeles eran animales, vecinos, árboles, partes de casas, autos y tractores. No se quedó con el relato. Durante años recogió información y entrevistó a testigos. Con ese material escribió “Viento Asesino”, que publicó tres décadas después de los hechos. Y va por la mitad del trabajo para una edición ampliada. Vive en Rosario y es periodista deportivo. Editó otros cinco libros, de fútbol. Es posible que haya estado a metros de Fujita en San Justo. Que el japonés estuvo allí, lo supo mucho después.
El autor de Viento Asesino aclara en el libro que lo que está impreso en sus hojas no es ficción. Que historias y cifras fueron confirmadas al menos por varios sobrevivientes y documentos. Un solo ejemplo basta para justificar el aviso: el de Antonia Cañete.
La mujer quedó sola el mismo día que tuvo a su séptimo hijo varón. Su esposo la abandonó con el resto de los niños. Tuvo que salir a trabajar para mantenerse y a principios de 1973 dejó a Alejandro Agustín (por tradición, le puso el nombre del presidente, el militar de la dictadura) en casa de una amiga para ir a la cosecha de algodón. Tenía un año. Cuando volvió a San Justo, le dijeron que su bebé era el que había muerto al derrumbarse la casa en la que estaba al cuidado.
No era él. Su hijo fue arrancado por el viento de la cuna y lo encontraron en pañales, sin un rasguño, en la terraza de un vecino. No sabían quién era, y lo derivaron a la vieja Casa Cuna de Santa Fe. Hasta allí llegó Hipólito Sánchez, un hachero que estaba de visita en la casa hecha escombros por el tornado. Era el padre del pequeño muerto al que por error identificaron como el hijo de Antonia. El hombre se presentó con los documentos de su pequeño fallecido y retiró a Alejandro Agustín.
El chico regresó a la Casa Cuna poco después con un cuadro de desnutrición. Es confuso lo que pasó entonces: una versión afirma que una enfermera lo adoptó, o compró, y lo crió con su esposo en Buenos Aires. Cuando creció, el padrastro le confesó que era hijo de otra familia y le contó lo que sabía. El muchacho creyó entonces que era hijo del hachero Sánchez. Se propuso encontrarlo, y contactó a la producción de un famoso programa televisivo de la época que conducía Franco Bagnatto por América: Gente que busca gente.
La amiga a la que Antonia le había confiado su bebé vio el programa en el que presentaron la historia. Por intuición, o por el deseo de que estuviera vivo, juró que era Alejandro Agustín el que mostraban en cámara. La hipótesis cobró fuerza luego de que Sánchez, ya viejo, dejara en claro que no le interesaba retomar el vínculo con el muchacho. A partir de allí, se sucedió el viaje de Antonia a Buenos Aires, una extracción de sangre para cotejo de ADN y un resultado positivo. Le siguió la puesta en escena durante el programa, con la revelación “en vivo y en directo” de la coincidencia genética. La anunciaron los supuestos profesionales que acababan de terminar los análisis en el estudio del canal. Fue el 10 de junio de 1993, a 20 años exactos del tornado.
Fuentes: El Ciudadano - Wikipedia - La Opinión